Ante una producción de 2.500 millones de toneladas de residuo al año en, tan solo, la Unión Europea (UE), promover un cambio del modelo actual de gestión de estos residuos, de carácter lineal, por una economía circular es toda una necesidad.
El modelo económico lineal, basado en el “usar y tirar” nos ha llevado a un consumo elevado de materias primas y energía. Algo que ha provocado una escasez de recursos, al tiempo que aumenta la demanda por el crecimiento poblacional.
La extracción y uso de estos recursos tiene también consecuencias medioambientales, aumenta el consumo de energía y de emisiones de CO2 y hace dependientes a unos países respecto a otros.
En cambio, la economía circular supone un cambio en el modelo de producción y consumo que implica reducir, reutilizar, reparar, renovar y reciclar los materiales y productos existentes todo lo posible para crear valor añadido.
Se trata, por tanto, de alargar el ciclo de vida de los productos existentes y reducir al mínimo los residuos que se generen, evitando los problemas generados por el modelo económico lineal.
Para hacer posible esta transición hacia la economía circular, la UE ha publicado el Plan de Economía Circular de la Unión Europea para 2030 con el objetivo de reducir los residuos y fomentar la reutilización, el reciclaje, los productos sostenibles y el empoderamiento de los ciudadanos.
Una de las líneas de acción de este Plan de Economía Circular tiene que ver con la bioeconomía circular, e implica a la gestión de los residuos orgánicos.
El concepto de circularidad en la gestión de residuos orgánicos
Aplicar el concepto de circularidad en la gestión de los residuos orgánicos implica reducir el volumen generado y promover el uso de la materia orgánica y de los nutrientes que contienen estos residuos como productos de valor añadido. De esta forma, se consigue cerrar el ciclo de vida del carbono.
El volumen de residuos orgánicos que se genera es elevado, siendo en su mayor parte originados en el sector agroalimentario (ganadería, agricultura e industria de transformación de los alimentos), junto a los residuos sólidos urbanos (RSU) y los lodos de depuradora.
Tradicionalmente, muchos de estos residuos orgánicos se utilizaban como enmiendas para el suelo, pero las elevadas cantidades empleadas en esta práctica han provocado diversos problemas medioambientales, tales como la alteración del suelo, la contaminación de los acuíferos, malos olores y emisiones no controladas de gases de efecto invernadero.
Ante esto, ha sido necesario encontrar nuevas formas de valorizar los residuos orgánicos y aprovechar su potencial como recurso.
Una de las alternativas es la digestión anaerobia de los residuos orgánicos para producir biogás, una fuente de energía renovable que puede utilizarse para la generación de electricidad, calor o como biocombustible.
A partir de este biogás inicial se puede obtener el biometano, un gas renovable de mejor calidad y con una composición similar a la del gas natural. Algo que permite su inyección en la actual infraestructura de redes de gas para su uso habitual, como si se tratara de gas natural fósil.
Además, de este proceso de valorización también se obtienen los digestatos, un subproducto del que se pueden obtener fertilizantes orgánicos de calidad.
La tecnología para producir biogás se encuentra en un estado maduro y representa un gran exponente para la gestión circular de los residuos orgánicos y para la producción de energía renovable.
Otras tecnologías que están desarrollándose para el tratamiento de los residuos orgánicos en el marco de la circularidad siguen el modelo de biorrefinería.
Con este modelo se busca la transformación de los residuos orgánicos en bioproductos, tales como “Building blocks” (bioetanol, ácidos grasos volátiles cortos o medios, biogás), Biopolímeros (polihidroxialcanoatos de baja y media cadena, composites que combinan diferentes PHA) y aditivos (bioetileno, productos bioquímicos derivados de microalgas).
Beneficios de aplicar un enfoque de economía circular a la gestión de residuos orgánicos
Un sistema de gestión de residuos orgánicos circular en un sistema sostenible que aporta importantes beneficios.
Entre estos beneficios se incluye la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, la contaminación del aire y el agua, al tiempo que se respalda el avance en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Por ejemplo, la meta 6.3 de los ODS, que apunta a mejorar la calidad del agua mediante la reducción de la contaminación, la eliminación de los vertidos y la minimización de la liberación de productos químicos y materiales peligrosos para 2030.
En el caso de aprovechar los residuos orgánicos para la producción de gas renovable (biogás y biometano), se estaría también contribuyendo a la descarbonización de la economía, la reducción de la dependencia energética exterior, al desarrollo rural y a la creación de empleo en las áreas rurales.
Además, la producción y uso de gas renovable se ha convertido en un elemento clave para la consecución de los objetivos climáticos europeos: alcanzar un 42,5% de energía renovable de aquí a 2030 y reducir un 40% las emisiones de gases de efecto invernadero. En cuanto al biometano, se espera que su producción aumente hasta alcanzar los 35 bcm en 2030.
Los avances en el desarrollo de tecnologías de valorización de los residuos orgánicos permiten impulsar las nuevas cadenas de valor formadas entre los gestores de residuos, las empresas fabricantes y el usuario final, cerrándose así el círculo y promoviendo la industrialización del proceso productivo.
Si bien, la transición hacia este modelo de gestión circular aún tiene que afrontar una serie de retos.
Retos de la gestión circular de los residuos orgánicos
Uno de los desafíos que hay que afrontar es la creación de un marco de colaboración e implicación de todos los actores de la cadena de valor.
El papel de las administraciones es clave para el desarrollo de proyectos, al ser las responsables de la aplicación de las leyes, normativas y la unificación de criterios para el desarrollo de los proyectos y el cumplimiento de las exigencias marcadas desde Europa.
También es necesaria una inversión que catalice el desarrollo tecnológico y económico. Y para que esta inversión se dé, es necesaria la creación de plataformas que integren a los diferentes agentes de la cadena de valor, para favorecer la cooperación y permitir el desarrollo de los proyectos.
En el caso de los proyectos de producción de biometano a partir de residuos orgánicos, uno de sus retos principales se sitúa en la vía administrativa.
Estos proyectos necesitan que se establezcan unos criterios claros respecto a la tramitación de autorizaciones ambientales y administrativas, agilizar dichos trámites y reducir los tiempos.
En los proyectos de biometano intervienen diferentes administraciones y agentes de la cadena de valor, así como aspectos medioambientales. Esto supone la integración de diversas normativas que no estaban preparadas para este reto y que se deben homogeneizar.
Para el desarrollo de nuevas tecnologías que faciliten la gestión circular de los residuos orgánicos se debe, también, fomentar la investigación y la innovación, a la vez que facilitar la transferencia de conocimiento y la posterior implantación de dichas tecnologías.
Por lo tanto, la transición hacia el modelo de economía circular requiere del trabajo conjunto de todos los agentes implicados en la cadena de valor, para poder afrontar los retos y avanzar hacia ese objetivo.